Sin dudas esta es una navidad muy diferente a la que estábamos acostumbrados a celebrar.
A todos nos cuesta decir ¡Feliz Navidad! Pensando en todo lo ocurrido este año. Muchos amigos y familiares que ya no están con nosotros a causa de la pandemia u otras circunstancias. Para ustedes, esta pandemia ha congelado cualquier expectativa de movimiento y ha prolongado el limbo que vivís aquí. Hemos vivido un año tenebroso.
En este contexto, ¿cómo vivir la navidad?
La palabra clave no es felicidad, sino esperanza.
La esperanza en la Biblia no es una promesa dirigida solamente hacia el futuro, sin fundamento en el presente y con pocas probabilidades de cumplirse, como hacen los políticos. En la Biblia la esperanza que se anuncia para el futuro siempre tiene una certeza en el presente, un punto concreto en el que se apoya, que ya ha sido realizado y que se transforma en garantía de su futuro cumplimiento.
En este año tenebroso, la Palabra del Evangelio, nos recuerda que la vida de la Palabra hecha carne es la luz de los hombres y esa luz brilla ¿dónde? Brilla en las tinieblas. Sólo hay que reconocerla y recibirla.
Es la luz que ilumina a toda persona, a toda su realidad.
El Verbo eterno, la Palabra, la Sabiduría de Dios, se ha hecho carne, se ha hecho frágil, se ha hecho mortal y ha heredado el Nombre sobre todo nombre. Ese Nombre es el de HIJO. Ha venido a acampar entre nosotros para darnos su Espíritu, para hacernos fuertes, para hacernos inmortales, para hacernos hijos.
Y el camino que ha escogido es el de la ternura y la misericordia.
Esta es la garantía de nuestra esperanza, por lo que podemos decir: una persona sin Dios es una persona sin esperanza.
La esperanza no nos da una alegría ruidosa sino la interior serenidad de sabernos amados por aquel que sostiene todo el universo.
Que esta esperanza crezca en vuestros corazones, que cada uno de ustedes pueda abrazar la cuna del Señor y pedirle ser llenado de su Espíritu de ternura y misericordia para infundir esperanza a sus familias y a todos con los que se encuentren.